José María Castillo: «No faltan los que anhelan que Francisco se vaya, o desean que se muera»
Es en el Vaticano mismo, en la Curia de Roma, en un sector de cardenales, obispos y clero, en los grupos más integristas y conservadores, en los más aferrados al clericalismo, en tales ambientes es donde menos se soporta al papa Francisco
Nadie pone en duda que el papa Francisco es un hombre controvertido. Le ocurre a este papa – «mutatis mutandis» – lo mismo que le pasó a Jesús de Nazaret.
Con Jesús ocurrió que, ante él y ante la vida que llevaba, hubo quienes vieron en él la salvación y quienes pensaron que llevaba un demonio dentro (Mc 3, 20-30 par). Pues bien, ahora nos encontramos con algo muy parecido en el caso del papa Francisco. Abundan los que ven en él la solución para la Iglesia y par muchas cosas de este mundo. Como no faltan los que anhelan que se vaya o desean que se muera.
Por supuesto, lo que acabo de indicar, con más o menos detalles, lo sabe todo el mundo. Por eso y como es lógico, no pretendo informar de lo que ya se conoce y cada día los medios se encargan de recordarnos, con nuevos datos y nuevos detalles.
Entonces, ¿a qué viene ahora el hecho de recordarnos lo que ya todos sabemos? Sencillamente, escribo estas cosas porque hay algo muy fundamental en este asunto que, con frecuencia, no tenemos en cuenta. Me refiero a esto: Jesús hizo y dijo tales cosas, que su vida terminó siendo un conflicto. Pero un conflicto, ¿con quién? Con la religión, con sus dirigentes (los sacerdotes del templo, los maestros de la ley, y los observantes fariseos). Un conflicto tan brutal, que llevó a Jesús a tener que aceptar la función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado (G. Theissen).
Así quedó patente que la religión, entendida y vivida como la entendieron y vivieron los que mataron a Jesús, es incompatible con el Evangelio. Y, si es preciso, mata a su representante central, Jesús de Nazaret, por más que ese representante diga y demuestre que es la revelación de Dios (Jn 1, 18; 14, 9-11).
Mucha gente no sabe que la religión se empezó a practicar en el mundo cuando en él se hizo presente el «Homo Sapiens», el ser humano, hace cien mil años. La religión, en sus más remotos orígenes, no era la búsqueda de Dios. La religión empezó siendo la mera práctica de rituales, esquemas de comportamiento desligados de su función pragmática (J. Huxley, K. Lorenz), que se practicaban para sosegar el espíritu, aliviar preocupaciones y sufrimientos, remediar inquietudes en aquellos incipientes seres humanos tan desamparados. Los ritos funerarios son un buen ejemplo de este primitivo esquema de religión.
Lo de Dios, apareció mucho más tarde, seguramente en el Paleolítico superior. Por eso, se ha dicho con razón que «Dios es un producto tardío en la historia de la religión» (G. van der Leeuw, E. B. Tylor…). De ahí que «el ritual ofrece una orientación que transforma el «enfrentamiento» recíproco en «colaboración». En la vorágine de la historia sólo han podido sobrevivir las organizaciones sociales fundadas sobre bases religiosas» (W. Burkert). En definitiva, cuando la observancia de los rituales produce tranquilidad, da dinero y ensalza con honores y dignidades, la religión se aferra a sus observancias y, si es preciso, para conservar sus privilegios, mata. Por eso Jesús acabó colgado en una cruz.
Es evidente que, cuando el Hecho Religioso llega a semejante exceso, la religión fanatiza a los humanos y los puede (y suele) empujar a conductas aberrantes – e incluso criminales – con la «conciencia tranquila» y «las manos limpias». Por eso Jesús, el Señor, se enfrentó a la religión, a costa de su propia vida.
¿Tiene algo que ver todo esto con lo que le está pasando al papa Francisco? Resulta llamativo que este papa se ve rechazado, atacado y hasta odiado por los que siempre han defendido a los papas. Es en el Vaticano mismo, en la Curia de Roma, en un sector de cardenales, obispos y clero, en los grupos más integristas y conservadores, en los más aferrados al clericalismo, en tales ambientes es donde menos se soporta al papa Francisco. ¿Por qué? Exactamente por los mismos motivos por los que los notables de Jerusalén, del siglo primero, no soportaron a Jesús. Aquellos hombres soportaron al Emperador de Roma, a Herodes y a Pilatos. Lo que no fueron capaces de soportar fue la humanidad de Jesús, su preferencia por los últimos y los más desamparados de este mundo. Esto fue lo insoportable. Lo mismo en tiempos de Jesús que ahora, en nuestro tiempo.
¡Qué razón tenía Walter Benjamin! En 1921, hace casi un siglo, ya se dio cuenta de que «la religión de nuestro tiempo es el capitalismo». El dinero nos proporciona bienestar, paz, sosiego, seguridad. ¿Nos damos cuenta de por qué la «religión más clericalista» y el «capitalismo más derechoso» son inseparables? Si entendemos esto, comprenderemos también por qué el clericalismo y sus allegados no soportan al papa Francisco.
José María Castillo
Artículo publicado en Religión Digital