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África se desangra

 

noguera130314Voy a recomendarles una película.

En 1992, el británico David Wheatley dirigió una película sobre la emigración africana hacia Europa. Se titula “La Marcha”.

En Sudán, miles de personas viven en los campos de refugiados, condenados a morir de hambre y sin ninguna esperanza. Isa El Mahdi es un hombre decidido, con gran liderazgo, que decide iniciar una Marcha hasta Europa, con la única esperanza de que, al verlos, no les dejarán morir. Así, se inicia el recorrido de un grupo numeroso de hombres que, a medida que van atravesando países, la Marcha va creciendo hasta llegar a 250.000 personas que consiguen llegar a las costas de Marruecos.

Durante el camino, al ver la dimensión que la Marcha va tomando, Europa envía a la Comisaria Europea para asuntos de Ayuda y Desarrollo, con el fin de convencer al líder que paralice la iniciativa. Al principio, a ella no le interesa el asunto, y simplemente lo ve como un reto ascendente en su carrera, pero tendrá que enfrentarse con las personas africanas que nada tienen que perder y que ven cómo sus hijos se mueren de hambre, y la hipocresía de los gobiernos europeos que la inmigración se convierte en un problema de seguridad y no de humanidad.

Recuerdo que hay escenas y conversaciones que me impactaron tanto que no puedo olvidar. Los africanos planteaban que no le pedían a Europa derechos, ni trabajo, ni condiciones de primer orden, sino simplemente “vivir como nuestros perros o nuestros gatos”, si nuestras mascotas comen todos los días, ellos podrían lamernos los pies, dormir en la puerta de casa, porque eso sería mucho más de lo que nunca han tenido. En África sólo les espera la muerte. Al menos, en Europa, aunque fueran tratados como animales, podrían sobrevivir.

No sé cuántos de ustedes vieron aquella película que apenas fue difundida y que resulta muy difícil de encontrar (ni en alquiler, ni compra ni en internet), al menos yo lo he intentado para enseñársela a mi hija y así poder explicarle visualmente el conflicto actual de la inmigración.

En aquel momento, aquella película pudo resultar exagerada, excesivamente dramática, imposible de creer, porque seguro que Europa sabría poner remedio a un problema así.

¿Cómo termina la película?

Cuando la Marcha, formada por miles de africanos hambrientos y extenuados,  llega a Europa, a las playas andaluzas, los cascos azules les esperan, fuertemente armados, formando una barrera infranqueable y con orden de disparar de inmediato. Un ejército europeo encañonando a hombres, mujeres y niños, derrotados y semidesnudos, sin nada con que protegerse ni defenderse.

La película termina así, con el cruce de miradas entre la Comisaria Europea y el derrotado líder africano. Entre Europa y África.

Hoy, 22 años después, estoy reproduciendo escenas de esa película en nuestra realidad. ¿Cómo es posible que hayamos sido incapaces de buscar una solución europea conjunta a la cooperación, a la inmigración, y a la pobreza?

Hoy, ante el problema de la inmigración africana, se ponen concertinas o se reclama a Europa que envíe seguridad para impedir que los africanos lleguen a nuestras cosas. Mueren quince personas ahogadas a punto de alcanzar nuestra arena, y el único debate es saber a qué país pertenecen las aguas donde han muerto. No se abre una comisión de investigación en el Parlamento Español, ni siquiera sabemos los nombres de esas quince personas, ni mucho menos conocemos cuál era el drama que les empujó a jugarse la vida. Y la Comisaria Europea escribe en twitter el mal comportamiento español, porque “hay que mantener ciertos protocolos”. No está diciendo que les dejemos entrar, ni mucho menos, porque Europa no quiere saber nada de aquéllos a los que un día colonizamos y otro descolonizamos, que tienen recursos naturales, vegetales y minerales, para dar de comer al resto del Mundo, pero en cambio, ellos perecen de hambre, sed, miseria e indignidad, sin tener ni siquiera un árbol donde guarecerse de las inclemencias naturales.

Europa, y mucho menos España, es incapaz de reaccionar ante quienes son mucho más que pobres, ante quienes nada tienen y sólo esperan recibir de nosotros nuestras migajas. Decía Fernando Vallespín, en un artículo reciente que nos hemos convertido “en sociedades cargadas de temores y, lo que es peor, sin alma”.

Nos encogemos de hombros, ¡qué vamos a hacer!, no podemos dejar entrar a todo el mundo que sueña con no morir de hambre, porque eso pondría en riesgo nuestro bienestar. No podemos repartir justicia ni bienes, ¡el Mundo es así!, ya sabemos que es injusto, pero no lo hemos hecho nosotros. ¿O sí?

Europa tendrá que enfrentarse a este problema en sus próximas elecciones europeas. Y mucho me temo que el discurso xenófobo de la extrema derecha resultará tan pegadizo como una canción de verano.

 No tengo suficientes palabras para definir con exactitud la inmoralidad que estamos viviendo.

 Ana Noguera.
Filósofa.

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