In memoriam Antonio Duato

Antonio Duato en noviembre 1995 en la presentación de la Fundación Hugo Zárate
“Desde el atardecer de mi vida —escribía Antonio en febrero— os confieso que cada vez veo con más claridad que hay que emprender el último tramo de la escalada, sin miedo, sin mochilas pesadas, sin rémoras históricas”. Tres meses después, un muro de silencio y una densa incomunicación nos hizo presentir que la muerte se acercaba tan callando.
Con las herramientas filosóficas adquiridas en Comillas, la teología escolástica aprendida en latín en la Gregoriana y los estudios de Ciencia Política en La Sapienza, Antonio supo escuchar el latido de la vida, el grito de los náufragos, el susurro de los buceadores y el clamor de quienes reformaban la Iglesia. Desde ese lugar interior escribió, pocos meses antes de morir: “Yo siento muchas primaveras brotar en lo profundo. Os invito a creer en el sentido más hondo de toda vida, que tiene su fuerza en algo muy escondido, un misterio aún más que un enigma por descubrir. A esperar que mi vida y nuestras vidas sigan brotando en medio de tantas catástrofes y escombros”.
Nacido para ser parte de una élite por herencia familiar, eligió sin embargo compartir las heridas, las luchas y la esperanza de los últimos. Del esfuerzo por ajustar su destino a su opción personal son testigos los militantes de Puerto de Sagunto: convivió con los curas obreros Juan Camarena y Pepe Fornés, acompañó luchas sindicales y alentó movimientos ciudadanos que reclamaban una reconversión industrial digna y justa.
Como amigo, compartimos el pan y la palabra, el vino y la salud. Le traté de cerca, bebí de su sabiduría. Tenía un don natural para los vínculos afectivos y para una amistad cívica que elevaba el espíritu. Pessoa hablaba de los “amigos serios, de esos que hacen de la realidad su fuente de aprendizaje sin permitir que la fantasía muera”: en Antonio, aprendizaje e imaginación fueron siempre el arnés de su aventura vital, que nos rescató de la mediocridad ambiental y del carrerismo eclesiástico.
Sacerdote primero y laico después, trabajó con firmeza por una Iglesia más evangélica, democrática y compasiva, y por una sociedad más decente, más justa y más humana. Nunca se doblegó ante las jerarquías cuando hubo de denunciar la resistencia al cambio de un cuerpo eclesiástico envejecido; apostó por una fe personal aprisionada por un sistema de creencias heredado. Tampoco cedió ante la corrección política ni ante los mecanismos inquisitoriales de la censura franquista. No se dejó seducir por el carrerismo eclesiástico, aunque fuera propuesto como obispo en la única consulta al clero realizada en la diócesis de Valencia tras el Concilio. Y tampoco buscó medallas ni honores, aunque la historia española tendría motivos para recordarle por su compromiso con la democratización, la laicidad y el deshielo del nacionalcatolicismo; la Comunidad Valenciana por su impulso a liderazgos éticos; y la Iglesia española por mantener encendido durante medio siglo el faro del pensamiento crítico y el diálogo cultural.
Estuvo presente en iniciativas grandes y pequeñas. Como director del Colegio de El Salvador de la Universidad de Salamanca (1969-1970), trató de impregnar de espíritu conciliar una estructura convivencial arcaica e inhumana, y ese intento le costó el cese. De 1971 a 2020 fue director, secretario y editor de Iglesia Viva, fundada para divulgar, encarnar y prolongar el Concilio en la realidad española. Desde 2001 creó la plataforma Atrio, concebida para “acoger todas las primaveras y fortalecer la fe y la esperanza en la vida”. En 2006 acompañó el nacimiento de la colección Diáspora en Tirant lo Blanch. Impulsó el movimiento de Justicia y Paz y asesoró a congregaciones e institutos seculares en su renovación conciliar. Participó en la gestación de tres instituciones de honda raigambre valenciana: la Fundación ETNOR (1991), la Fundación Hugo Zárate (1994) y el Centro de Investigación Príncipe Felipe (2005).
Su compromiso se extendió a muchas causas: la lucha por las libertades frente a la dictadura política y el autoritarismo eclesiástico, en el artículo de 1970 firmado con Fernando Urbina; la emancipación de la mujer, que defendió en “Mujer y liberación” (2024); la crítica al capitalismo y la apuesta por una economía solidaria junto a Ricardo Alberdi y Rafael Belda; la resistencia al fundamentalismo y la promoción del pensamiento crítico, presentes en sus escritos sobre Juan Pablo II y Wojtyła. Mantuvo siempre su entusiasmo por el papa Francisco, sin dejar de señalar las reformas aún pendientes. Todo ello ha sido la urdimbre de Atrio. Lugar de encuentro, un espacio para abrazar personas, comunidades, culturas y generaciones, con los medios de comunicación más modernos puestos al servicio del diálogo y de la búsqueda de una sociedad nueva.
En el Grup de Cristians del Dissabte se volcó en la renovación evangélica de la Iglesia en Valencia, en la opción por los empobrecidos y en la misión liberadora del cristianismo. Contribuyó a la presencia pública del grupo y al Foro de Cristianisme ara i ací, y puso sus conocimientos informáticos al servicio de la tarea común. En la Asociación Marcel Légaut y en la plataforma ATRIO desarrolló una espiritualidad en la estela de Légaut y Grothendieck, sus “compañeros de cordada”. Durante cuarenta años, Légaut le ayudó a distinguir la fe personal de las creencias heredadas, y Grothendieck a liberarse de conceptualizaciones dogmáticas que impedían avanzar.
Vivir para él era comenzar de nuevo en constante renovación constante. Cinco meses antes de morir, a los 92 años, quería preparar Atrio para una nueva primavera y continuar —decía— “lo que ha dado sentido a mi vida: vivir lo más auténticamente posible mi existencia humana, en el seguimiento de Jesús de Nazaret, con una fe cada vez más purificada y la esperanza de que en Él hay Vida, más allá de mi existencia ínfima y efímera”.
En la memoria de los cuarenta años del Instituto Benlliure (2009) reconocía que la década de los ochenta fueron los años más cruciales de su vida. En 1983 fue nombrado profesor de religión y elegido después director del centro. Vivió entonces dilemas y encrucijadas: el invierno eclesial de la involución, la contradicción de ser profesor de religión bajo un concordato que no compartía, la tensión entre profesores alejados de la experiencia religiosa y la sospecha de quienes temían la secularización, la soledad del hombre de carne y hueso y el peso de la función institucional. Y, sobre todo, la paradoja última de la existencia, que dejó escrita el 23 de mayo de 2025, un mes antes de su hospitalización: “Somos ínfimos y efímeros, pero necesarios… Sometidos a la desgracia, destinados a la muerte, pero llamados a ser”.
Ximo Garcia Roca




noviembre 25th, 2025 at 7:20 pm
Allá dónde predicó… dejó rastro.
noviembre 25th, 2025 at 7:47 pm
Desde mi no confesionalidad religiosa, me ha gustado mucho lo publicado sobre Antonio Duato, su concepción religiosa y su trajectòria vital. Muchas Gracias por la publicación, historias como la relatada son referencias para vivir vidas con compromiso ético.
noviembre 25th, 2025 at 7:48 pm
Gracias a Ximo por su magnífico artículo sobre Antonio Duato que a través de la Fundación Hugo Zárate nos ha llegado con una gran prontitud.
Antonio sentí no encontrarme en Valencia para darte mi último despedida.
Hombre valiente a todos los niveles y con una mente prodigiosa que siempre ha sabido poner al servicio de los demás.
Gracias por tu cercanía, cariño y generosidad que siempre me has mostrado. Seguro que estarás bien recompensado por el gran Padre misericordioso.Descansa en sus brazos.
Seguirás viviendo en mi recuerdo.
Hasta luego Antonio