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Maruja Mallo (1902 – 1995) – José Luis Ferris.

Libro: “Maruja Mallo” (1902-1995).

Autor: José Luis Ferris

Editorial: Prisanoticias Colecciones. Mujeres en la Historia

Año: 2019

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Nace en Vivero en la noche de Reyes de 1902, siendo registrada como Ana María Gómez González, tomando luego, andando el tiempo, el nombre de Maruja Mallo.

Cuentan todos los que pasaban por el café Gijón, en Madrid, siempre encontraban la figura de la misma mujer, ya de mayor, sentada en un velador. Su rostro y su figura ajada al final de sus días, no era merma para hacer valer su presencia y su arrojo en las tertulias literarias.

Maquillada como un maniquí de película, con zapatos de plataforma y abrigo de lince del que nunca se despegaba, Maruja blandía su saber por encima de las mesas. Resultaba la escena un tanto extravagante. Locuaz y excesiva, adornaba sus sólidos argumentos  envolviéndolos en una fantasía osada y trasgresora.

Esta figura señera de las artes plásticas en los años anteriores a la guerra civil, conservaba aún en la mirada el esplendor exultante de su brillante pasado, pujando tan solo por sobrevivir al olvido. Muchos visitantes la consideraban un esperpento y para algunos, era el vivo retrato de una excéntrica.

La figura y la biografía de Maruja Mallo es digna de admiración. Estudió pintura en el viejo caserón de la Escuela de Bellas Artes de S. Fernando, al lado de la Puerta del Sol, cuando había muy pocas mujeres estudiando. Allí conoció, entre otros,  a Salvador Dalí que fue su primer amigo. Visitó en su compañía la Residencia de Estudiantes de la que se hizo asidua. En ese escenario conoció a Lorca y a Buñuel y a los escritores que formaron parte de la Generación del 27. Con ellos dos visitó todas las verbenas de Madrid y los barrios en fiestas, de dónde extrajo muchos motivos para sus pinceles. Fueron años de academia y trasgresión. Muchos de sus cuadros son de verbenas y estampas (Años 26 y 27)

Influenciada por Freud, y su interpretación de los sueños y por la aparición del estilo surrealista en la pintura, sus lienzos se cargaron de simbolismos y alegorías. Compartió con Dalí sus primeros momentos creativos.

Sus relaciones posteriores con Alberti le permitieron compartir muchos dibujos e ilustraciones para sus textos y una vida en paralelo. Fue trasgresora y punzante. Cuando aún estaban juntos, fue famosa una escena en una tasca con Alberti celebrando un concurso de blasfemias antes que este la aborreciera, al enamorarse de la que luego fuera su pareja, María Teresa León.

Formó parte de las “Sin Sombrero”, aquellas mujeres que rompiendo la tendencia del momento, se cortaron el pelo a lo “garcon” e irrumpiendo en el vestir con un nuevo estilo desenvuelto marcaron tendencia. Resultaron rompedoras para una época. Es un estilo  que popularizó el dibujante Rafael de Penagos en sus diseños y figurines para los modelos de Blanco y Negro. Son los años de la década prodigiosa de los años veinte.

Fue protagonista en la revolución de la mujer no solo en el vestir sino en todos los aspectos sociales, civiles y políticos. Sus primeros pasos los dio al lado de Ortega y de Melchor Fernández Almagro que le dieron apoyo y reconocimiento. Sus primeras exposiciones se iniciaron en la “Revista de Occidente”. También influyó en su pensamiento la malagueña María Zambrano y Zenobia Camprubí. Al final de la década de los veinte conoció al escultor Alberto Sánchez y al pintor Benjamín Palencia, precursores de la Escuela de Vallecas con los que también compartió ideas y compromisos.

Sus años de aprendizaje le llevaron a Paris en los años de 1932 y 1933 becada por  la Junta de Ampliación de Estudios. Allí conoció unos años luminosos en pintura y en desarrollo intelectual. Hizo varias exposiciones en galerías francesas. Sus encuentros con las vanguardias fueron decisivos, conoció entre otros a Picasso, Miró, Louis Aragón y René Magritte y compartió vivencias con algunos poetas hispanos como Vicente Huidobro, que acabaron por troquelar sus conocimientos, e ilustrar sus ideas, participando en un incansable movimiento cultural a caballo entre las vanguardias y su redoblada capacidad creativa.

A su vuelta en el año 1933 ya era conocida su presencia en los círculos madrileños. Su presencia como animadora de las tertulias rodeadas de hombres era una constante. Participó en el movimiento de apoyo a la República a través de diversas iniciativas.

Ganó una oposición a profesora de Instituto siendo destinada a Arévalo como profesora de dibujo, éste hecho en un medio rural que le era ajeno marcó otro momento singular en su vida. Un nuevo escándalo le llevó a salir de la rutina. Decidió circular un domingo en bicicleta por el pasillo central de la Iglesia del pueblo, al comienzo de la misa, provocando la sorpresa del párroco y los feligreses.

La llegada de Neruda a Madrid como cónsul de Chile provocó en ella un nuevo estímulo intelectual al visitar en Arguelles la tertulia de “La Casa de las Flores”. Los encuentros en la residencia del poeta chileno le permitieron conocer a Miguel Hernández con quien forjó una amistad y un intenso y breve idilio. Al poeta se le olvidó escribir a su novia que esperaba en Orihuela. Sus salidas al campo iluminaron sus respectivas creaciones influyéndose mutuamente.

Maruja empezó a pintar motivos de naturaleza, trigos y espigas y Miguel estrenó su primer libro de poemas “El Rayo que no cesa”, creación literaria que le dio el primer y significativo impulso a su obra.

Muchas de estas obras y las de otros poetas, acabaron en la imprenta de Manuel Altoaguirre, que para esos momentos compartía su vida con Concha Méndez, gran amiga de Maruja Mallo. Concha había ya dejado su relación con Buñuel para iniciar otra vida. Esta amistad que perduró en el tiempo y fue la que le permitió a la pintora salir de España después en 1939 y marchar al exilio argentino. A ambas les unió para siempre el exilio y la nostalgia. Con José Herrera Pétere, escritor y amigo común, aún tuvo la oportunidad de disfrutar de unos momentos felices.

Después de la Revolución de Octubre, entró en su vida un líder sindical gallego, como ella, Alberto Fernández “Mezquita”, lo que le hizo profundizar aun más en el compromiso político y social con la República. La llegada de la guerra le salió al paso en Galicia, donde tuvo que esconderse por algún tiempo, lo que le separó de su pareja. Huido a Portugal, Alberto Fernández es detenido por la PIDE, y entregado a las tropas franquistas. Nunca le volvió a ver. Sufrió un largo periplo de represión y cárcel del que pudo sobrevivir a duras penas. Maruja aterrorizada, salió finalmente de su encierro y cruzando la frontera por Tuí, decide adentrarse en Portugal. Gabriela Mistral, la poetisa chilena a la sazón cónsul de la embajada chilena, le ofreció su apoyo para escapar a Buenos Aires.

Allá en Argentina y Uruguay, siguió exponiendo con la ayuda de Alfonso Reyes, diplomático mejicano. Conoció a Victoria Ocampo y a Borges y consiguió sintonizar con el exilio bonaerense de la mano de Jiménez Asúa y otros ilustres exiliados españoles. Aún le ayudó Ramón Gómez de la Serna, viejo amigo, que le demostró en esos momentos su estima y reconocimiento, impulsando una biografía y el apoyo a su obra. En ese periplo se perdieron sus famosas piezas de cerámica que se quedaron en Madrid, en la Escuela de Cerámica, sepultadas por la guerra.

Pasados los años difíciles de la larga noche de piedra, volvió a Madrid, en 1961, donde, como a Max Aub en “La Gallina Ciega”, solo le esperaba el olvido. Se fue deprimida y volvió a  retornar dispuesta a sobrevivir. No consiguió nada, sino solo el magro refugio de un Madrid sórdido, entre algunos de sus viejos amigos, pocos, que le conservó el destino.

Tan solo pudo atesorar un cierto brillo en sus ojos, cargados de nostalgia, y la firme voluntad de no doblegarse. Su único consuelo fue seguir contando su vida a los tertulianos bajo las luces de neón de los cafés de Madrid. En los años 70 se recuperó a duras penas parte de su esplendor perdido a través de algunas exposiciones colectivas y algún reconocimiento puntual.

Si pasan aun por el Gijón, no dejen de asomarse a sus ventanas, aseguran muchos testigos que su aura aún se mueve por las mesas, y su figura, aun degradada por los años, circula por sus pasillos como un espíritu suspendido en el tiempo. Es la figura de una artista longeva de nuestras vanguardias. Símbolo señero de las artes plásticas. Las diosas no mueren. Están dormidas. Nada se les ha perdido en el cielo. Solo tenemos que rescatarlas del olvido. Están entre nosotros.

Pedro Liébana Collado

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