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Ahora vienen los tiempos difíciles

Ya se ha producido la investidura y el resultado, aunque se conocía de estos últimos días, no deja de ser asombroso.

Asombroso, y coincido con el artículo de Ernest Folch en su artículo “La obra maestra de Pedro Sánchez”, cuando dice “Si la política es el arte de conseguir acuerdos, Pedro Sánchez se acaba de graduar con una insuperable exhibición: ha sido capaz de sellar la madre de todos los pactos, un triple salto mortal sin precedentes, en el que lo inverosímil ha vuelto a suceder”.

Efectivamente, en ese párrafo se resume lo ocurrido de forma increíble, cuando ni los propios creíamos que se llegaría a un acuerdo de investidura, ni tampoco creíamos que se llevaría adelante una propuesta de ley de amnistía. Pero eso es la política: “el arte de conseguir acuerdos”. Mucho más meritorio si observamos cómo es la fragmentada composición del parlamento español, la diversidad de partidos pequeños y/o nacionalistas que además están enfrentados entre ellos ideológica y electoralmente. Mucho más meritorio si observamos la polarización y agresividad instalada en el parlamento, y trasladada a la calle por parte de la ultraderecha y la derecha extrema del PP, a la que se ha sumado arrastrada por esas olas de intolerancia el PP que pretende gobernar.

Conseguir acuerdos es un arte, y también es la única forma posible de gobernar y gestionar una España plural, diversa, fragmentada políticamente, con intereses contrapuestos. Porque cuando uno gobierna debe tener una línea de gestión que sirva de patrón, pero sin olvidar nunca que debe gobernar para todos: los propios votantes y/ militantes, y también para el resto. Gobernar para todos significa tener la capacidad de asumir otros planteamientos. Eso es democrático pero muy muy muy difícil.

¿Qué ocurrirá ahora? Pues es evidente que nos encontramos con la legislatura más compleja y difícil de gobernar.

En primer lugar, porque esa suma de acuerdos ha tenido un objetivo común: frenar a la ultraderecha. El discurso incendiario y de odio de Vox provoca tal reacción que separa el parlamento español entre demócratas de cualquier signo, índole, ideología, nacionalistas o españolistas, frente a quienes quieren utilizar el propio parlamento para imponer y doblegar a la propia democracia.

¿Recuerdan ustedes la paradoja de la tolerancia de Karl Popper? “Deberemos reclamar entonces, en nombre de la tolerancia, el derecho a no tolerar a los intolerantes. Deberemos exigir que todo movimiento que predique la intolerancia quede al margen de la ley y que se considere criminal cualquier incitación a la intolerancia y a la persecución, de la misma manera que en el caso de la incitación al homicidio, al secuestro o al tráfico de esclavos. Tenemos por tanto que reclamar, en el nombre de tolerancia, el derecho a no tolerar la intolerancia”

Este va a ser el núcleo gordiano que hará que todos los partidos, sin excepción, incluido el PP tomen sus decisiones.

En primer lugar, el PSOE y el flamante presidente de gobierno que debe entender que los votos de la investidura son frágiles y prestados. Bien es cierto que se han llegado a acuerdos, pero la realidad social, muchas veces tozuda y cambiante (como hemos visto en la pandemia o con las guerras) hace modificar planes. No solo hay que prometer ni tampoco cumplir a pies juntillas, sino comprender las situaciones y adecuar los pocos y útiles recursos en cada momento.

En segundo lugar, los socios, desde los nacionalistas hasta los ofendidos de Podemos (que parece que no entienden de autocrítica), deben entender cuál es su respaldo político real. Me sigue sorprendiendo la soberbia con la que algunos intervienen, levantan el dedo, amenazan veladamente, o hacen valer de forma hiperbólica sus exigües resultados. No han faltado voces de ninguno de estos partidos, incluido Podemos, advirtiendo de que harán valer sus cada vez más menguantes apoyos. Como si se tratara de la película, “Murieron con las botas puestas”.

Y, en tercer lugar, el PP, quien, en mi opinión, tiene el papel más complicado. Feijóo no es presidente, no porque no quiere, ni tampoco por esos argumentos increíbles de “no vender a los españoles”. No lo es porque la deriva del PP ha sido alejarse de representar un centro-derecha liberal. Hasta Aznar consiguió gobernar con CIU, los “abuelos” de los hoy reconvertidos Junts. Lo hizo porque entonces no se conocía su deriva populista y extrema. Como tampoco se conocía al “moderado” Rajoy dando apoyo al estrambótico y peligroso Javier Milei, el ultra argentino.

El error de Feijóo es haberse dejado abrazar por la extrema derecha. Ha sido incompatible gobernar en autonomías con Vox y pretender gobernar España con ellos. Si no hay votos suficientes, no tiene ninguna capacidad de aunar esfuerzos y sumar. El PP se ha escorado en un rincón del cuadrilátero parlamentario. Mientras siga así, su destino está marcado.

El PP tiene que resolver por sí solo la paradoja de la tolerancia que plantea Karl Popper. O todos o Vox.

¿Qué hará en el senado cuando Vox plantee la ilegalización de Esquerra y de Junts? ¿Qué hará cuando le exija tumbar la ley de la amnistía haciéndole chantaje político con los gobiernos autonómicos? ¿Seguirá Feijóo con su actitud beligerante, y frentista, utilizando el mismo discurso de Vox?

La investidura no es ilegal. El presidente Sánchez no es ilegítimo. No hay golpe de Estado. No es una dictadura.

Vox podrá decir lo que quiera, bramar, gritar, insultar e incendiar las calles. Pero lo que me importa es saber en qué lado se ubicará Feijóo y el PP. Ellos tenían en su mano ceder los votos necesarios para que Sánchez gobernara.

Dicho todo eso, ahora vienen los problemas de verdad. Lo más difícil todavía aún está por llegar.

Ana Noguera

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