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Aquí viven mis muertos

Huerta de San Vicente. Universo Lorca.

Los muertos están cerca de los vivos, definen el presente, forman parte de nuestra historia y de nuestra familia. Lo escribí hace muchos años en un poema del libro Completamente viernes, un libro de amor. Tenía que ver con la manera en la que me gustaba entonces pensar sobre mi futuro personal y sobre mi sociedad. Cuando llevé a Granada por primera vez a mi mujer, Almudena Grandes, para presentarle a mi familia, después de visitar a mis padres, nos acercamos en coche hasta el Barranco de Víznar. Le enseñé la última carretera que había subido Federico García Lorca, el lugar en el que lo mataron y la fosa en la que se decía que estaban sus restos.

Ese poema sobre el futuro se titulaba El pasado. Un poema de amor que hablaba de mi vida: “Aquí viven mis muertos, / estas son mis raíces / y su calor se extiende /como ramas al borde del camino, / alambres oxidados por la lluvia, / que sirven todavía para tender mi ropa”. Yo había descubierto los poemas de Federico García Lorca en las Obras completas de la editorial Aguilar, un volumen solemne que encontré al final de mi infancia en la biblioteca de mis padres. Algo después, ya en mi adolescencia, leí el estudio de Ian Gibson, publicado en Ruedo Ibérico, sobre la represión nacionalista y la muerte de García Lorca. El poeta había sido asesinado, o ejecutado sin juicio, 22 años antes de que yo naciera en Granada, en su Granada, como escribió Antonio Machado al hablar del crimen.

Mi vida, desde entonces, tuvo mucho que ver con la búsqueda de todo lo que había quedado cubierto por los escombros de la violencia y la represión en la ciudad por la que yo caminaba, los jardines y las calles que conocían mis juegos de niño, mis melancolías adolescentes y mis ilusiones de futuro. Con un libro en el bolsillo, me acerqué muchas veces a la Huerta de San Vicente o al Barranco de Víznar. Por eso, al pedirle a Almudena que formara parte de mi mundo más vivo, quise llevarla al lugar en el que vivían mis muertos, los muertos que formaban parte de mi vida, los muertos que pertenecen por suerte al mundo de los vivos. El significado de la muerte es una de las herencias culturales que distingue a los seres humanos de los animales. Los seres humanos tienen herederos, mientras que los animales sólo tienen descendientes.

La muerte de Federico y las muertes de otros muchos, muchos, muchos miles de andaluces tuvieron como responsable directo a Gonzalo Queipo de Llano, un general cargado de crueldad y de alcohol que hizo del terrorismo un arma sistemática de combate, mientras arengaba a los soldados golpistas en sus alocuciones radiofónicas para que asesinaran, violaran y torturaran sin escrúpulos. Ese personaje, cuyo sepulcro ocupaba hasta ahora un espacio monumental, fue retirado del homenaje público en la madrugada del jueves y devuelto a su familia. De la voz pública a la oración privada. Se me ocurren pocos acontecimientos tan dignificadores para la historia de España, para la concordia y la convivencia, para el compromiso con el mundo de los vivos. La noticia llegó a la biblioteca de mis padres, a mis días de colegio y Universidad, a la Huerta, a los olivos del Barranco de Víznar, a mis poemas de amor más vivos.

Después de haber explicado durante 40 años la poesía y el teatro de García Lorca, el autor español más conocido en el mundo después de Cervantes, no puedo comprender que algunos políticos de la derecha democrática se hayan sentido incómodos con esta decisión civil. ¿De verdad que es un acto de amor a España mostrar respeto histórico por el asesino de Lorca? ¿De verdad que es un compromiso con la sociedad viva española cerrar hoy los ojos, hoy, mañana, a la infamia de un ayer sangriento?

Confieso que yo, español de siempre, andaluz de siempre, me siento más orgullosamente español y andaluz que nunca desde que Queipo de Llano y Franco están con sus familias y no en el altar público que ocupaban por obra y gracia de un golpe de Estado, una guerra y una dictadura.

Luis García Montero
Publicado en Infolibre

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