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¿Cómo se te ocurre morirte ahora, José Luis Cuerda?

Aunque en Amanece que no es poco uno de tus personajes se “está muriendo divinamente… Qué irse, qué apagarse, con qué parsimonia”, resulta de todo punto improcedente y ajeno a cualquier exigencia del guion que tú te hayas muerto ahora, precisamente ahora. ¿Qué prisa había?

Tú que decidiste que todo se podía someter a votación (la elección del alcalde, del maestro, de las adúlteras, del cura, de las fuerzas del orden,…); tú que en Total ya nos mostraste el futuro del Londres post-Brexit y, sobre todo, nos contaste que “hace tres días fue el fin del mundo (…) la verdad es que fue un trago espantoso. Aunque si quieren que les diga la verdad a mí no me pilló de sorpresa”, te marchas así, sin más, sin consultarnos y dejándonos, entre fragmento y fragmento del himno nacional, a punto de que nos pille el Apocalipsis, entre la Tierra y el Cielo, sorprendidos y, sobre todo, desolados por la injusticia y la incomprensión de tu partida.

Es verdad que, a diferencia de Don Gregorio (La lengua de las mariposas), no llegaste a retirarte nunca, pero, precisamente ahora, seguimos necesitando maestros que manden volar a los niñas y niñas de España; José Marías que repartan juego y zumo de limón e inciten a los jóvenes a la rebelión Tiempo después y, ya puestos, bandidos que, como el Fendetestas de El bosque animado, no carezcan de corazón.

Ahora no, José Luis, ahora no, que ya no eres una leyenda, ¡eres una epopeya! ¡Me cago en el misterio, José Luis!

Pd. para perpetrar estas breves líneas he plagiado de aquí y, sobre todo, de allá, pero, en mi derecho a las últimas palabras, puedo alegar que no he copiado a Faulkner.

Artículo publicado en «Al revés y al derecho»

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