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El cuaderno azul

De José Mª Aznar se decía que disponía de un cuaderno azul en el que anotaba sus principales razonamientos y las grandes decisiones políticas que preveía adoptar en el curso de su actividad gubernamental y partidista, incluido el nombre de su sucesor. Resulta difícil que sepamos si el hábito de Aznar tenía que ver con aquel profesor que acudió compungido a la casa que había habitado hasta hacía poco, solicitando a su nuevo propietario que le permitiera buscar una libreta que había perdido, titulada ‘Mis ideas’. Quizás resulte extremado atribuir a Aznar que fuera por la vida necesitando recordar sus ideas; como alternativa, puede que la disponibilidad del cuaderno se trate de una exigencia presente en quienes disponen de una gran plasticidad mental y una creatividad envidiable, capaz de generar más ideas de las que el cerebro es capaz de memorizar. O bien, por el contrario, sea la reacción esperable en aquellas personas que, al experimentar un agudo atracón de dogmatismo y una sobredosis de desmemoria, arrastran la doble incapacidad de alumbrar y retener cualquier cosa que se aleje de lo insustancial.

Sea cual sea la respuesta adecuada al caso, el anterior presidente del PP parece necesitar, de nuevo, un cuaderno azul. Así nos lo ha hecho saber, indirectamente, al manifestar que es tiempo de recordar y de anotar a quienes -empresarios, obispos, medios de comunicación, intelectuales- han apoyado los indultos a los penados del ‘procés’ como vía política para la concordia entre Cataluña y España y entre las dos Cataluñas. Le espera una tediosa tarea a nuestro político porque la lista es larga y las dimensiones del cuaderno precisarán de un prototipo todavía inédito; lo suficiente para envolver, al mismo tiempo, el trufado de fatuidad y arrogancia de quien, una vez más, se presenta como vigía de España; como escribano, juez y verdugo de lo que, desde su crispada atalaya, eleva a la categoría de nueva herejía.

De entrada, ha lanzado una advertencia que suena a intimidación: algo así como «sabemos quiénes sois». Incluso, sin demasiado esfuerzo, se puede leer entre líneas «y ya os pasaremos la correspondiente factura cuando mandemos». Así, pues, el nuevo cuaderno azul será, de entrada, el manual del chivato, de uso obligado para los epígonos de nuestro personaje. Un tipo de acusicas que no soporta la opinión ajena cuando se contradice con la propia o la de quienes les mandan. Los mismos que comparten lecho con ese grupo de oportunistas en materia constitucional que pasan por su cedazo a la Carta Magna hasta lograr retorcerla, a su gusto, en cada momento. ¿A favor de qué? Aquí el cuaderno azul muestra su acomodación a lo que convenga resaltar en cada tiempo y lugar; una arcilla retórica que disimula la ausencia de convicciones y argumentos haciendo uso extensivo de muy diversas sentencias. Ya se sabe, esa colección de aseveraciones que, pronunciadas con la gravedad precisa, gesto arisco y mirada fulminante, parecen encerrar certezas axiomáticas, verdades inatacables y fundamentos morales inexpugnables. En particular, cuando se repiten y rebotan entre medios de comunicación faltos de escrúpulos, tertulianismos de café con cicuta y redes sociales avinagradas: las sentencias no demuestran nada, pero parecen explicar y contenerlo todo, incluida la deseada crucifixión del contrario.

En este punto se manifiesta el peligro de éste o de cualquier otro cuaderno azul de similar contenido. No sólo amaga rescoldos de venganza aplazada, sino que transforma en dogmas civiles lo que son espacios de libre pensamiento, discusión serena y de contradicción razonada para superar las diferencias. Los cuadernos azules a lo Aznar, en cambio, son hornos para la cocción de la intolerancia, en los que el uso de los materiales más groseros deviene apropiado siempre que conduzca al fin esperado por el autor. Materiales como la amenaza, la crítica cafre y el ejercicio, directo o indirecto, de diversas presiones. No en vano, el cuaderno azul acoge las esencias del conservadurismo rancio. El que se siente cómodo entre los monopolios ideológicos y económicos. El que frena el cambio social y da por sentado que el poder le pertenece: porque considera vigentes sus escrituras históricas; porque siente que mandar es la única piel con que le cubre el derecho natural. ¿Las reglas de la democracia? Un molesto pero manipulable trámite. ¿Los valores democráticos? Ingenua poesía.

Manuel López Estornell
Artículo publicado en Levante.emv

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