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Itziar tenía un cuerpo precioso

Me lo dice mi novia con la voz entrecortada. ¿Sabes si es cierto? Pienso que es imposible. Estuvimos juntas el día contra la violencia machista en Madrid, la voy a ver este domingo. Sería terrible, injusto, doloroso. Imposible. Es cierto. Como tantísima gente, corrí a escribir sobre ese dolor. Me niego a pensar que las redes sociales ya solo sirven al odio y un día más, aunque ya resulte casi imposible hacerlo, me atrevo a formar parte de la conversación para honrar la vida de Itziar. Sin embargo, no escribo hoy aquí para hablar sobre sus bondades como actriz, feminista o compañera, que las tenía, e inmensas, no hay más que echar un vistazo a su prolija y completísima carrera tan llenísima de obstáculos en una industria aún demasiado normativa. Escribo hoy aquí para hablar de que era gorda. Porque incluso en su muerte, es lo que fue, y es una verdad tan monumental, dolorosa e innegable, que merece ser narrada desde otro lugar. Escribo esto pues para honrar su cuerpo, uno que no eligió, pero el cual nos mostró para aprender a respetar los cuerpos como el de ella. Itziar era gorda y nos enseñó un camino a las demás: puedes hacer lo que te dé la gana, querida.

Me escriben algunas gordas y yo escribo a otras. Empiezo a pensar que somos una comunidad. Fue cuestión de minutos, sabíamos que lo que se venía era una ola de gordofobia. Y lo explico crudo para que no queden dudas. El problema no fue solo que por última vez se llenasen las redes de insultos a su aspecto físico, sino que se pudiera llegar a validar que la causa de su muerte era su peso. Pocas cosas puede haber más inhumanas que la construcción colectiva de odio basado en una condición concreta e inevitable, como el lugar en el que has nacido, tus creencias, el color de tu piel o la forma de tu cuerpo. Miles de personas dijeron el día 8 de diciembre que era normal que Itziar muriese porque estaba gorda. Las mismas miles que nos advirtieron de que las siguientes somos el resto de gordas. Es sencillamente inhumano.

Llevo varios días pensando qué hacer al respecto. Digo desde ya que todas las opciones son válidas. Hay quien ha querido denunciar cada una de esas situaciones, quien ha pedido que la fiscalía actúe, hay quien ha elegido el silencio por no poder ni articular palabra que no reprodujera más violencia. He pensado mucho qué haría Itziar. He vuelto a leer muchas de sus respuestas a todos esos insultos que recibía. He vuelto a releer una y otra vez esa carta que escribió a la pequeña Itzi. No he encontrado más que paciencia, pedagogía y humor. Así que lo voy a intentar, aunque tampoco escondo que, por más que me serene, siento tanta rabia como tristeza.

Itziar tenía un cuerpo, uno precioso. Un cuerpo con pliegues, de piel clara, con pecas y pelo rojo. Un cuerpo que se parece mucho al mío, la verdad. Me pregunto quién no tiene un cuerpo, si es que se puede vivir sin cuerpo. Debe ser posible. O quizás sea que existen cuerpos lisos, livianos, ajenos completamente a los defectos mundanos. Cuerpos sin pelos, sin rugosidades, sin pieles. Cuerpos etéreos, anodinos, que no se afectan por la belleza a la que aspiramos esos otros cuerpos. Me imagino a toda esa gente que odia los cuerpos gordos, que habitan esos cuerpos no-cuerpos. ¿Cómo son sus días? Cuando se ven al espejo no ven más que una luz intensa blanca, como si fueran espectros. Supongo que esos espectros ni comen, ni cagan, ni sudan, ni lloran, ni se ven feos con este corte de pelo o aquel pantalón. Me pregunto si se enamoran, se ríen, se apasionan. Si hacen otra cosa que no sea odiar. Solo levitan y habitan ese mundo desde su liviandad. Pobres espectros sin cuerpo. Puede que aún puedan salvarse. Les recomendaría que se agarrasen el cuerpo con todas sus fuerzas, a ver si es que tienen la fortuna de que les quede algo ahí dentro. Que se lo toquen, con los ojos cerrados, a ver si es que lo que tocan es frío, plano y corriente; o se encuentran calor, imperfección y recuerdos. Yo quiero creer hoy que no somos tan diferentes, cuerpos. Tú, que nos odias, y que casi ya no tienes cuerpo, también has tenido fiebre, hambre, nervios, sueño, cansancio, ganas de cambiar, de tener otro cuerpo, con otra nariz, otra barriga, otras piernas. Vuelve, por favor, a pensar si otros cuerpos merecen ese odio, vuelve por favor a pensar incluso si tu cuerpo merece ese odio.

Itziar tenía un cuerpo precioso, que vestía mucho de rojo, que amaba a mujeres, que la llevaba a manifestaciones feministas, que sabía cantar y abrazar como nadie. Itziar tenía un cuerpo que le costó muchísimo sufrimiento, que hizo que lo normal fuese que la machacasen, como ella misma decía. Pero Itziar se atrevió a hablar de que los cuerpos como el suyo también merecen estar en los escenarios, llevarse premios, ser las protagonistas, ligar, tener orgasmos, desnudarse, sentirse sexy, ponerse guapa. Joder, qué valiente eras.

Itziar tenía un cuerpo precioso que ya no está. Que no me puedo creer que no esté. Honremos el cuerpo de Itziar, hagamos lo que nos dé la puñetera gana con nuestro cuerpo en honor a ella, sea como sea nuestro cuerpo, para agradecérselo, porque nos ha dado más belleza, incluso a ti que nos odias, de la que jamás pudimos imaginar.

Ángela Rodríguez Pam
Publicado en Infolibre

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