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Jetocracia

No hay mejor imagen que la de un mentiroso profesional de gran éxito protestando por la posibilidad de que alguien desmienta falsedades, para ilustrar este tiempo

Se echan de menos los tiempos pasados. Y no me refiero a los de poder salir a la calle, que también, sino a esa época en la que, cuando alguien era descubierto mintiendo, simplemente agachaba la cabeza, avergonzado, en lugar de alzarla con orgullo reivindicando su derecho a mentir. Decía el filósofo alemán Friedrich Nietzsche que quien dice una mentira se ha metido en un jardín, pues a continuación tendrá que inventar otras veinte nuevas para sostener a la primera. Perdóname, Nietzsche, pero tú no conociste a los de Vox.

Algunos hoy ni se toman la molestia de construir ese jardín que sostenga la mentira primera, sino que, directamente, se declaran víctimas de una grave vulneración de los Derechos Humanos si su falsedad para desestabilizar un país en plena crisis sanitaria es simplemente señalada. ¡Es intolerable, ya no puede uno ni mentir, estamos peor que con Franco!, se quejan amargamente esos a los que, si les preguntases, te responderían que, hombre, con Franco tampoco es que se viviera mal.

Descubierta una de las muchas mentiras de los ideólogos de bulos de extrema derecha durante esta crisis sanitaria, esa que aseguraba que la exalcaldesa de Madrid Manuela Carmena se había pillado un Bicimad para acercarse a un hospital y mangar respiradores para su uso personal e intransferible, el tipo, en lugar de agachar la cabeza avergonzado por el sofocón, respondía que, bueno, que Carmena era amiga de los etarras. Personalmente no había visto tanto desparpajo desde que, estando en el instituto, un compañero al que pillaron copiando durante un examen, amenazó al profesor con caer en depresión y engancharse a las drogas por su culpa si era castigado. Para esto hay que valer.

Un hombre sin palabra, se decía de quienes zigzagueaban la realidad para amoldarla a su interés, no es un hombre de fiar. Quien falta a la verdad falta a su propio honor. La defensa de la verdad, o de algo que, como la honestidad, se le parezca lo máximo posible, ha sido hasta hoy una norma del juego sagrada, transversal, compartida por unos y otros. La mentira, sin embargo, nunca fue un derecho, ni una libertad de expresión, como algunos reivindican hoy, sino una trampa que debía ser castigada con el reproche social. Todo esto fue así hasta la llegada de la Jetocracia: ese sistema social en el que, los más jetas del lugar, exigen, no sólo poder mentir libremente, libertad de la que ya gozan, sino que, además, se prohíba todo tipo de reproche social ante esas mentiras. Los jetócratas que hoy se llevan las manos a la cabeza en nombre de la libertad de expresión porque la Guardia Civil desmienta públicamente sus bulos son los mismos que ayer aplaudían la detención y juicio contra autores de chistes de Carrero Blanco. Di que Carrero vestido de astronauta no era mofa, sino bulo, que Carrero nunca fue astronauta, a ver si así te libras, recomendarían los abogados de las defensas en un mundo jetocratizado.

Eduardo Inda, protagonista de algunas de las páginas más negras del periodismo español de las cloacas, multirreincidente en la invención de noticias y condenado judicialmente por inventar informaciones, posaba con la boca y las manos amordazadas después de que el Gobierno informase de que desmentiría públicamente las informaciones falsas fabricadas con la intención de generar alarma social durante esta crisis sanitaria. No hay mejor imagen que la de un mentiroso profesional de gran éxito protestando por la posibilidad de que alguien desmienta falsedades, para ilustrar este tiempo. Si lo único que echásemos de menos estos días fuese salir a la calle, el encierro no sería para tanto…

Gerardo Tecé
Artículo publicado en Ctxt

  1. Purificación Cassola Says:

    Me a gustado mucho es muy CLARIFICADOR. GRACIAS

  2. Andrés Pinar Godoy Says:

    De acuerdo

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