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La desigualdad enmascarada

Una de las cuestiones más paradójicas y contradictorias de este siglo XXI es la falta de percepción respecto a la Desigualdad. Aunque resulte extraño lo que planteo, en mi opinión, no existe un conocimiento real y social de lo profunda y dañina que es la desigualdad socioecónomica.

Repetimos como un mantra que, en el siglo XXI, se ha desbocado la desigualdad creando una brecha inimaginable entre una élite, cada vez más poderosa y rica, frente al resto de los mortales. Es cierto, sin embargo no se producen oleadas de indignación que reclamen Igualdad, como pudo ocurrir con la Ilustración.

Existe la indignación, la desmoralización, la falta de confianza, la incertidumbre en el futuro, la agonía de tiempos mejores, la inseguridad y la precariedad. En cambio, cuando se buscan recetas para salir de la situación se proclama a pleno pulmón “Libertad”. Claro que sí, la libertad es, sin duda, el valor más preciado de los seres humanos, salvo que la libertad solo puede conquistarse si disponemos de recursos y medios para ello. Libertad e Igualdad son un binomio inseparable que se retroalimentan.

Me sorprende que calen entre la ciudadanía como un trampantojo los mensajes neoliberales como la cacareada libertad de “tomar una cerveza” que defiende Ayuso o la bajada de impuestos de Feijóo. Porque no son recetas ni reales ni plausibles para solucionar los problemas de desigualdad.

¿Cuán de grave es la desigualdad? Para no generar suspicacias, lo mejor es recurrir a la fuente de Naciones Unidas que dice algunas cosas como:

  • El mundo ha hecho avances significativos para reducir la pobreza: en los últimos treinta años, más de 1000 millones de personas han salido de la pobreza extrema. Sin embargo, la porción de los ingresos que le corresponde a la mitad más pobre de la humanidad apenas ha cambiado en ese período, pese a que la producción económica mundial se ha triplicado con creces desde 1990.
  • Tanto dentro de los países como entre ellos, siguen observándose desigualdades derivadas de los ingresos, la localización geográfica, el género, la edad, el origen étnico, la discapacidad, la orientación sexual, la clase social y la religión, factores que determinan el acceso, las oportunidades y los resultados. En algunas partes del mundo, estas diferencias son cada vez más acusadas. Entretanto, están surgiendo deficiencias en otros ámbitos, como el acceso a las tecnologías móviles y en línea.
  • En 1992, la distribución del ingreso mundial se representaba en una “copa de champán“. Casi 30 años después, los ingresos del 20 % más pobre de la población sigue siendo inferior al 2 %, mientras que el 1 % más rico ha crecido del 18%  en 1990 al 22 % en 2016.
  • Desde la crisis financiera mundial de 2008, el número de multimillonarios se ha multiplicado por más de dos. Según el Credit Suisse, el 82 % de toda la riqueza creada en 2018 fue a parar al 1 % más rico, mientras que la mitad más pobre de la humanidad no recibió nada.
  • No basta con crecer, es necesario distribuir. Según Oxfam, si se mantiene el grado actual de desigualdad, la economía mundial tendría que crecer 175 veces para que todos ganaran más de 5 dólares al día.

Y la desigualdad sigue creciendo: cada vez la élite del 1% de los más ricos son más descaradamente ricos.

Vemos ejemplos de una riqueza vergonzosa como comprar una camiseta de Maradona por 8 millones de euros, sin mencionar otra vez lo que supone el paseo triunfal de personajes como Elon Musk. Ejemplos de contratos incalculables y de condiciones y caprichos indignantes de estrellas rutilantes. Sin embargo, nadie parece escandalizarse. Más bien al contrario. Se acepta como parte o juego del sistema económico, sin buscar más responsables que a los políticos de turno, y alguno de ellos ahonda en la herida con falsas promesas demagógicas de bajas de impuestos y de gozar de libertad sin más beneplácito que una cervecita o sentarse al sol en la plaza (ayyyyy, ¡cuánta hipocresía en tan pocas palabras!!!).

En cambio, ante propuestas como limitar salarios por la cúspide, reducir beneficios macroeconómicos de empresas gigantes, evitar fusiones que reduzcan la competencia, sentar legislación que controle el mercado voraz, se produce siempre una indiferencia generalizada.

La desigualdad vive enmascarada sin que seamos conscientes de los efectos profundos que genera en el sistema social y, sobre todo, en la vida de las personas, en su bienestar, en su seguridad, en sus proyectos de futuro.

El éxito de un sistema político distributivo que ha apostado por políticas de control de los mercados ha sido combatir la pobreza, conseguir que muchas personas salgan de su círculo de miseria y puedan tener oportunidades de vida. Sin embargo, la pobreza y la desigualdad no son lo mismo y no deben confundirse.

Si hay un elemento que está poniendo en riesgo actualmente la libertad (la verdadera libertad de decidir uno mismo, de participar democráticamente, de ser escuchado, de ser también corresponsable, y de disponer de dignidad y no precio) es la Desigualdad.

Ana Noguera

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