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Las puertas del paraíso

De las puertas del paraíso que unos quieren abrir deprisa, otros a media velocidad, algunos entornar con precaución y los menos cerrar a cal y canto. De eso se hablaba en Granada, porque en gran medida en ello se cifra nuestro futuro común y como ente político.

Cuando Ghiberti ganó el primer concurso de méritos que se conoce, puesto en marcha por la República de Florencia, ganó a todos -incluido Brunelleschi que derrotado jamás volvió a esculpir y fue así como ganamos un arquitecto- y resultó premiado con el encargo de realizar una de las obras probablemente más bellas del mundo: la segunda puerta del baptisterio de San Juan. Las puertas del cielo como, según dicen, las denominó Miguel Ángel por su belleza y perfección. No les quepa duda, esas podrían ser metafóricamente las puertas de Europa. Y es que Europa, no queda sino reconocerlo, es lo más parecido al paraíso, al menos el único que conocemos.

Nuestras democracias son imperfectas, sí. Nuestros sistemas están amenazados, nadie dijo que no pudiéramos ser expulsados del paraíso. Quedan injusticias por las que batallar, sí. El neocapitalismo nos ha puesto en venta, también. La globalización amenaza nuestras ciudades y nos expulsa de sus centros para dejar lugar a la especulación, es evidente. Podríamos seguir hasta el infinito. De hecho llevamos siglos llenando diarios, semanarios, emisiones y ahora las redes con todos los defectos y las quejas que acumulamos y, aún así, díganme, ¿en qué otro sitio creen que vivirían mejor? Vale, seguro que sale un puñado que lo discute pero, sin embargo, no se va y hay que reconocer que la atracción que el modo de vida europeo ejerce sobre el resto del mundo no sólo no cesa sino que aumenta. De ahí el riesgo de convertirnos en un parque de atracciones. Puede que ahora mismo para cientos de millones de personas no haya nada más parecido a las puertas del paraíso que las puertas de Europa.

Así que más allá de lo que nos ha ocupado -siempre la distracción, el signo de la sociedad infantil a la que nos abocan- había cosas en verdad medulares en la reunión de líderes que se celebró esta semana en Granada. No eran, desde luego, la copa del brindis de la reina ni las quejas de los líderes populares de la Junta por no haber podido lucirse en el evento ni tampoco el pañuelo de Ursula ni siquiera los selfies o las zapas del albano. De todo ello nos han saturado en estos días quizá para que no nos fijemos mucho en el verdadero problema: las puertas de Europa. Dos eran las cuestiones cruciales que se trataban en el encuentro: la ampliación de la Unión Europea a los países balcánicos y Ucrania y la llegada masiva de inmigrantes a nuestras fronteras. ¿Lo ven? Las puertas del paraíso eran el sujeto y el objeto del encuentro. Las puertas del paraíso que unos quieren abrir deprisa, otros a media velocidad, algunos entornar con precaución y los menos cerrar a cal y canto. De eso se hablaba en Granada, porque en gran medida en ello se cifra nuestro futuro común y como ente político.

Esta misma semana le leía al filósofo e historiador Van Middelaar, que fue miembro del gabinete de Van Rompuy, que Europa ya no puede permitirse las zonas grises. El concepto geopolítico lleva funcionando desde al menos 2010 y no cabe duda de que algunos de los países del Este y la propia Ucrania eran zonas grises en nuestro espacio. La decisión unilateral de Rusia de romper la legalidad internacional e invadir un territorio ha traído la zona negra, la guerra, al paraíso y ha alterado el equilibrio hasta el punto de que las naciones consideran que ya no cabe estar o no estar, fundirse en gris, sino que es necesario ponerse a resguardo de unos u otros. De ahí la decisión de Suecia y Finlandia de ingresar en la OTAN y las prisas de los balcánicos por ser aceptados en el club occidental. Los Balcanes y la tentación paneslava de Rusia, siempre han estado sobrevolando nuestra historia. El propio Zelenski manifestó a los líderes europeos en Granada que si la guerra se enquista, Rusia tendrá tiempo para estar preparada en cuatro años para cruzar otra frontera europea. Rima demasiado esta historia con la conocida del siglo XX, demasiado para no estremecerse.

Aún así las prisas de algunos países por abrir las puertas de la zona blanca a estos países chocan con la prudencia de los que consideran que intentar mezclar lo muy desigual sólo produce decantaciones y que la excesiva premura podría no lograr una unión sino una pérdida para las naciones que ahora mismo nos encontramos más o menos aglutinadas. Cualquiera que se haya dado una vuelta recientemente por los países balcánicos será consciente de la cuestión y eso es tan evidente que el país más pobre admitido dentro de la Unión, Bulgaria, representa palpablemente un universo demasiado alejado del paraíso como para permitirle entrar en Schengen o en el euro. De ahí los defensores de los ingresos de dos velocidades, otro de los debates en vigor.

El otro problema evidente es el de la solución a la inmigración incontrolada, los problemas que afrontan los países fronterizos del Mediterráneo, las mafias, las muertes, la necesidad de un trato digno y su coste y, por qué no plantearlo, el límite de acogimiento que pueden llegar a tener las naciones europeas en un mundo enfrentado al calentamiento global, que será aún más insufrible en el continente africano. No es un problema sencillo. Ni los gobernantes xenófobos ni los que angelicalmente quieren mantener las puertas de par en par tienen la solución. No hay de hecho una respuesta fácil y, tal vez, ni siquiera una respuesta totalmente buena. Es una más de las cuestiones en las que si uno tiene meridianamente claro en un segundo qué hay que hacer, es porque ni tiene los datos ni los ha ponderado adecuadamente. Europa está encallada en ese dilema, aunque sólo veamos los extremos, ni siquiera nuestros gobernantes preferidos, si son responsables, pueden afirmar que tienen la clave.

Lo que sí es evidente es que estas son las cuestiones que ocupan y preocupan a los que tienen la suficiente información real y que son las que se dirimirán en una organización política de la que tendremos que elegir los representantes pronto. De quién enviemos a hacer qué dependen demasiadas cosas. De cuántos de los cancerberos envíen otros y cuantos sumen con los de aquí también. Por eso les importa tanto en nuestros países de referencia quién gobierne en España y con quién vaya a hacerlo. El debate democrático debería de versar sobre cuestiones de tal relevancia y sobre argumentos reales. Pero no, es más fácil tener a expertos analizando la falta de una copa y a la peña discutiendo sobre si se pueden llevar zapatillas blancas a una cumbre. Y eso, estoy segura, no va a servir para bruñir las puertas de Ghiberti esas que son tan bellas porque se tomó su tiempo y en vez de los nueve años que le dieron de plazo para hacerlas, tardó veinte en entregarlas. Tal vez porque hacer las puertas del paraíso lleva su tiempo y preservarlas también.

Elisa Beni
Publicado en ElDiario.es

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