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Pederastas

A los católicos españoles no se les ha educado para entender que su Iglesia es una entidad privada y que, en ningún caso, puede estar por encima de la Ley. Muy al contrario, cualquier problema entre el Estado y la Iglesia suele producirles un gran dilema moral: no saber a quién quiere más, si a papá o a mamá… aunque, al final, ya sabemos quién gana. Por algo el papá Estado es masculino y la Iglesia no solo es la madre, sino que es la Santa Madre. Ahí no hay color.

Viene esto a cuento porque recientemente se ha producido un informe del Defensor del Pueblo sobre la pederastia en la Iglesia Española en el que se ponen de manifiesto unos cientos de miles de casos de pederastia comprobados en el seno de la misma. Es la primera vez que alguien se atreve a airear, documentadamente, algo que hace siglos todo el mundo conoce, algo para lo que no hace falta estudiar psiquiatría: que el voto de castidad que impone la Iglesia a sus Ministros, el no permitirles vivir naturalmente, les produce una inhumana represión sexual que por algún lado ha de explotar, y que todo explota, según nos dice la ciencia, por el lado más débil, en este caso los niños.

Después de siglos, en algunos países de nuestro entorno, la Iglesia Católica no ha tenido más remedio que reconocer y compensar económicamente a las víctimas de su pederastia, delitos que ellos conocían mejor que nadie pero que venían encubriendo y protegiendo ante la ley, siempre dentro de su mafiosa estructura, a sus sacerdotes, prelados y victimarios.

Aquí esa pelota todavía está en el tejado. El Presidente de la Conferencia Episcopal, monseñor Omella, saliendo al paso del atrevido e insolente Defensor del Pueblo que, después de exhibir indecorosamente un abultado listado de víctimas achacable a la propia Iglesia propone, el muy descarado, que la Iglesia nos haga el favor de reconocer dichas fechorías y que, en ese caso, el Estado pagaría una parte de las consecuentes indemnizaciones.

Monseñor Omella ha declarado no estar dispuesto a aceptar dicho ofrecimiento, pues su santa y cristiana visión de la realidad le advierte que no sería justo que la Iglesia pagase por sus crímenes mientras en el mundo laico también existe la pederastia y el Defensor del Pueblo, en este su informe, ni nombra ni tiene en cuenta esta parte del problema.

Alguien tendría que explicar a este “ignorante” santo varón que, en el mundo laico, desde que existen los tribunales y la Ley estipuló sentencias para los abusos sexuales a menores, las leyes se cumplen. Alguien debería hacerle saber que, en este país, en estos temas, la única que ha estado y está siempre fuera de la Ley es, precisamente, su Iglesia.

Miguel Álvarez

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