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Reflexiones de una disidente de la covid-19

María Pazos Morán. Investigadora sobre economía feminista. Su último libro publicado es ‘Contra el Patriarcado. Economía Feminista para una Sociedad Justa y Sostenible’.

Con el enfoque actual de impedir cualquier contacto entre las personas hasta que haya vacuna para la covid- 19, el leit motiv de muchos gobiernos parece ser amedrentar a la población cuanto más mejor, así como controlar y reprimir sin reparar en las consecuencias o en los derechos humanos que pudieran conculcarse. Y, por supuesto, en el futuro validar y posiblemente hacer obligatoria una vacuna exprés aunque sea a base de manipulación genética y eximiendo a las farmacéuticas de cualquier responsabilidad por los efectos secundarios.

Muchas personas hemos mostrado nuestro desacuerdo con unas medidas de catastróficas consecuencias sociales (por ejemplo aquí y aquí). Sin embargo, prácticamente ninguna de las opiniones divergentes ha tenido cabida en los medios de comunicación principales. Científicos de alto nivel (como este o este) han sido marginados y «rectificados«. Cualquier disidencia se cataloga como bulo por los ahora omnipresentes fact checkers (verificadores de noticas).

Los fact checkers se proclaman neutrales e independientes, pero es fácil indagar sobre cómo se coordinan internacionalmente y cómo se financian. Véanse, por ejemplo, este reportaje o este informe , ambos de periodistas sin conflicto de intereses y solo en base a fuentes originales, no a teorías.

Por descontado que hay también noticias falsas y teorías sin base científica por doquier; pero hay una ofensiva organizada contra los medios independientes, cuyos videos son eliminados una y otra vez de Youtube.

Se tergiversan enfoques alternativos como el de Suecia que, recordemos, nunca cerró las escuelas (con buen resultado), nunca confinó a la población (a pesar de la apariencia que da una canción grabada en Mallorca mostrando a cada músico/a sueco/a en una pequeña habitación) y nunca recomendó el uso generalizado de mascarillas a las personas sin síntomas. Ahora lo han pasado y siguen sin rebrotes ni confinamientos.

Suecia no se ha arrepentido de su estrategia, a pesar de los titulares engañosos aprovechando declaraciones del Gobierno sueco sobre la necesidad de evaluar las muertes en residencias de mayores (¿no hay que hacerlo también en España?)

Suecia, desde el principio, alegó que no podía tomar medidas que fueran en contra de la democracia y que destruyeran la sociedad.  Pero en España se pone el grito en el cielo cada vez que alguien intenta cuestionarse si no será peor el remedio que la enfermedad. Incluso ahora, cuando los datos oficiales no se corresponden con la presentación alarmista de las noticias.

Los titulares son el número de «contagios», que en realidad son positivos en PCRs, y ese número depende directamente del número de test que se realicen, o sea que no sirve ni para saber el número de personas enfermas ni para la comparación internacional que se hace continuamente. ¿Por qué no se da como titular el número de muertes (no de las funerarias, sino rigurosamente y de las autoridades sanitarias)?

En base al objetivo de evitar los supuestos «contagios» por parte de «asintomáticos»( aunque esa posibilidad es una suposición sin evidencias científicas), se alimenta aún más la espiral de la debacle social.

Cerrar, cerrar, esa ha sido la consigna. Centros educativos, servicios de atención a la dependencia, servicios sociales, centros de salud, oficinas de la Seguridad Social, ayuntamientos, todo tipo de centros públicos…

Bajo esa lógica aplastante, quienes nos oponemos a alguna medida o actuación nos convertimos en enemigas contagiosas y somos acusadas de negacionistas, insolidarias, fascistas, conspiranoicas, partidarias de Trump, etc. No hay posibilidad de matices.

¿Insolidaria? Eso sí que no puedo aceptarlo. No voy yo a catalogar de insolidarias a las personas que entraron en pánico y dejaron los servicios desatendidos, ni a quienes se sintieron felices de seguir cobrando sin trabajar y sin lamentar los costes sociales. Tampoco voy a juzgar a quienes se congratularon de tener una casa con jardín que les permitía tomar el aire, no como la mayoría; ni a quienes no se cuestionan el confinamiento a pesar del sufrimiento infinito que ha causado en la mayoría de la población.

Comprendo a quienes estaban y están presas del pánico hasta el punto de justificar las palizas de la policía, el abandono de los servicios esenciales, la condena de opiniones diferentes, etc. No se trata de culpar a las personas sino de evaluar ex-ante las consecuencias de las actuaciones públicas y, sí, hacer un análisis coste-beneficio social, algo fundamental que de repente se convirtió en anatema.

En cualquier caso, es irónico que justamente se acuse de insolidaridad a quienes sufrimos por todas las personas que estaban confinadas en cubículos, por las criaturas impedidas de salir a la calle en 2 meses, por las mujeres obligadas a permanecer 24 horas junto a sus maltratadores, por las personas que han sido abandonadas solas en sus casas, por las enfermedades mentales y los suicidios, por quienes no han podido tener atención médica para otras patologías, por quienes se han quedado sin medio de vida, por los desmanes medioambientales que se están cometiendo al amparo del apagón informativo y la desmovilización, por las personas inmigrantes abandonadas a la deriva, por los movimientos y redes sociales desintegradas…

Tenemos algún informe y noticias dispersas de lo que ha pasado en las residencias, quizás el mayor abandono y el mayor sufrimiento: personas encerradas bajo llave en sus habitaciones, en ocasiones junto a cadáveres. Personas mayores que no podían entender cómo sus familiares habían desaparecido y solo veían gente con trajes de astronautas que les trataban de lejos. Personas que han muerto solas, personas que no han podido acompañar a sus familiares en la enfermedad y en la muerte.

No es cuestión, subrayemos, de culpar a las personas que tomaron decisiones guiadas por el terror o se vieron obligadas a aplicar protocolos inhumanos, porque ¿hay algo más cruel que encerrar a una persona bajo llave o dejarla morir sola? La solidaridad es un concepto que no se ha tenido en cuenta más que para llamar insolidarias a las personas que cuestionamos las reglas para luchar contra la covid-19. Ojalá alguien reflexione sobre esto.

Las denuncias y reivindicaciones que circulan para que se abran y refuercen los servicios públicos y las ayudas están muy bien, pero no afrontan el asunto fundamental: nada puede funcionar en una situación de pánico generalizado, con confinamientos y con las energías del país dedicadas a los protocolos anti-covid, tres asuntos que en realidad son el mismo.

Las demandas de que abran las escuelas son muy justas, pero seamos realistas: no es posible abrirlas con total presencialidad si se parte de que ante todo hay que respetar esos protocolos. Y no abrirlas normalmente tiene consecuencias gravísimas para las criaturas, para las madres y padres, para las abuelas, para la sociedad.

Las ayudas prometidas no alcanzan a todos los casos y no llegan. Una avalancha de solicitudes cuando ni siquiera los recursos existentes funcionan como antes. ¿Cómo no se consideró este más que previsible caos a la hora de decidir cerrojazos? Ahora es difícil revertir el daño causado, pero cuanto más tardemos más nos hundiremos y más difícil será levantarnos.

Es apabullante la unanimidad en torno a la estrategia contra la covid-19 dominante (o sea según las directrices de la OMS), incluso por parte de personas acostumbradas a cuestionarse el orden establecido. Por eso, terminaré con algunas recomendaciones. Aquellas personas que dicen que «las multinacionales han tomado el poder» (como Naomi Klein) o que «el mundo está gobernado por una mafia» (como Noam Chomsky), aquí pueden descargarse el libro Los crímenes de las Grandes Compañías Farmacéuticas. También pueden ver el documental Trust WHO, entre otros muchos.

Quienes piensan que un organismo dominado por las grandes compañías y por los lobbies no puede estar en función del bien común, indaguen en las fuentes de financiación de la OMS y en las puertas giratorias de la salud. Quienes hasta ahora no justificaban las palizas de la policía como medio para ningún fin, piensen en qué hemos caído durante el confinamiento. Quienes piensan que la prensa está en manos de los grandes grupos de poder, cuestiónense lo que oyen en los medios principales. Quienes, como yo, tenían puesta nuestra única esperanza en los movimientos feminista y ecologista, miren cómo estos movimientos están gravemente heridos.

Por favor, no detengan el cuestionamiento cuando llegan al asunto de la salud, por mucho que estén acostumbrados/as a dejar la suya enteramente en manos de la medicina convencional. Que el miedo no nos obnubile.

María Pazos Morán
Artículo publicado en Público

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