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En trámites de Selectividad: el futuro de la Universidad

Cuando los jóvenes españoles están ya en el segundo tramo de las pruebas de selectividad para acceder a la Universidad, las incógnitas sobre las posibilidades de estudiar según el mérito están cada vez más cuestionadas.

Se plantean varias dudas:

En primer lugar, los jóvenes se enfrentan a la obligación de estudiar un grado universitario para tener más posibilidades de encontrar un puesto de trabajo, aunque este no tenga nada que ver con lo estudiado. Pero si ya está difícil el trabajo para los jóvenes en nuestro país, sus condiciones son mucho peores si además no tienes titulación universitaria. Así pues, hay que estudiar aunque luego no sepan en qué trabajarán.

Un grado universitario ya no es suficiente. Hay que tener idiomas y másteres. Porque hay que diferenciarse, especializarse, ofrecer algo que los otros no ofrezcan. Y, también cada vez, es más difícil entre nuestros jóvenes esa diferenciación, puesto que ya son jóvenes del siglo XXI: con idiomas, viajados, con habilidades sociales, y un largo etcétera.

En segundo lugar, el problema se plantea en el acceso a la universidad. Ahí viene esa tensión a la hora de enfrentarse al selectivo. Pero no en todas partes es igual. Depende de donde se ubique la universidad pública, (si está en Madrid, Valencia o Albacete), el corte de nota es “radicalmente diferente”. Así es. No se habla de una variación de décimas, sino de puntos. O en algunos casos ni siquiera existe corte de nota para entrar. Lógicamente, hay universidades demandadas y otras que no tienen alumnado. Por eso, en unas es dificilísimo entrar y en otras hay que buscar al cliente universitario.

No parece que tenga mucho sentido, porque estudiar Derecho o Económicas debería ser lo mismo en una u otra zona geográfica, ya que el título, al final, será el mismo para todos.

Eso sí, será un título inservible porque luego viene la obligación de hacer un máster, o dos, o tres. Porque tener un título de grado ya no sirve ni para ejercer la abogacía, ni para dar clases, ni para opositar a la enseñanza.

Pero, en tercer lugar, esto se complica con la llegada de las universidades privadas, y especialmente la católica, cuyo despliegue nacional está siendo imparable. En pocos años, su extensión en terrenos, edificios y modalidades diversas de grados, la ha hecho muy accesible (siempre y cuando se pueda pagar mensualmente).

Porque las universidades privadas se miden, no por la excelencia o el resultado académico, sino por el pago mensual que deben realizar los padres, y que, en ocasiones, no les queda otro remedio. Así vemos a familias medias o modestas apretándose el cinturón porque su hij@ no ha tenido plaza en la pública y no queda otro remedio que pagar una privada (católica normalmente).

En estas universidades no piden corte de nota, no hace falta competir para obtener una plaza. Sencillamente hay que pagar.

Pero luego el título será también el mismo. ¿O llegará un momento donde habrá que preguntar dónde ha obtenido un estudiante el título para saber su nivel de conocimiento? Quizás sea más inocuo (aunque no deja de ser importante) en un grado de informática. ¿Pero podríamos decir lo mismo de Medicina?

Estudiar medicina en la universidad pública requiere ser de los mejores estudiantes. Faltaría más, cuando estamos dejando nuestra salud y nuestra vida en otras manos. La exigencia es elevada. Difícil es encontrar que el alumnado sobresaliente en bachillerato obtiene mucho más que aprobados en el grado. En cambio, no funciona igual en la universidad privada. Quizás llegue un momento donde haya que preguntar a un médico dónde ha obtenido el título para tener la seguridad de quién decide sobre nuestro cuerpo.

El tema de conversación de muchos padres y madres estos días es qué hará tu hij@ el año que viene. En primer lugar, si el resultado es bueno, uno respira, y sabe que estudiará en su misma comunidad. Si no es así, hay que empezar la búsqueda para encontrar una universidad que tenga los estudios que interesan a su hij@; pero hay que hacer números: si está fuera de la ciudad, hay que contar el alquiler del piso, el desplazamiento, y un largo etcétera.

Frente a ese gasto, levanta la mano la universidad privada para captar clientes. El coste de desplazar al hij@ fuera es el mismo que el pago de la mensualidad, y con esta opción, se asegura que su hij@ está cerca y también se asegura el aprobado (normalmente si pagas, apruebas).

Y, como última opción, muchos padres no saben qué estudiarán sus hij@s. Normalmente la respuesta es: “a lo que lleguen”. Da lo mismo que sea historia, filología, informática o vete a saber. Normalmente, las humanidades están con un corte de nota más bajo. Porque esa es la última competencia a la que se deben enfrentar: normalmente no se busca estudiar lo que a uno le gusta, sino lo que tiene salida laboral. Y la salida laboral la marca el mercado.

En fin, no crean ustedes que el itinerario universitario resulta fácil. Todo lo contrario. Se ha convertido en una “carrera de obstáculos”. Y como reflexión, se dice de forma generalista: “es que todo el mundo no tiene por qué estudiar”.

Ufffff, eso es abrir otra puerta de reflexión. De momento, habría que detenerse a plantearse si el sistema universitario, público y privado, está ofreciendo un sistema integrado de educación, o más bien, se está provocando una dualidad educativa.

Ana Noguera

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