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Trillo o la basura política

Desconozco cómo empezó este personaje en la política. No me interesa. Abogado, cartagenero, miembro egregio del Opus Dei, autor de un libro olvidable sobre Shakespeare, imagino que del mismo modo que otros juegan al golf o se dedican a amasar dinero. Un trabajo de los que cuentan a la hora de las valoraciones de sus iguales. “¿Shakespeare? Ah, sí, Shakespeare”. No creo que lo haya leído nadie que no sea un subalterno, y yo, por vicio.

Cuando aseguro que es la representación de la basura política del estado salido de la transición, no lo digo a humo de pajas. Trillo alcanza la categoría del paradigma. Es falaz, cínico, miente cuanto habla con ese tonillo de abad, al que nadie sabe muy bien cómo llegó donde llegó, a menos de hacer marrullerías. No hay que olvidar que Mariano Rajoy le envío en acto de servicio a desenmarañar toda aquel lío que se habían montado en Valencia, tan enmarañado de comisiones y repartos económicos.

Debió de hacerlo bien, porque casi nadie se enteró de nada y la mierda que él iba a sanear les alcanzó hasta el cuello. Detesto a Trillo, porque me producen alergia esos tipos de comunión diaria y mucho Kempis, y no tienen rubor en matar sin que les afecte en nada. 62 muertos de su estricta responsabilidad no los consigue ni un sicario colombiano. 62 cadáveres afectos al ejército español, tan bravo él, que dejó a las víctimas en la indefensión más absoluta, al pairo de su familia. El avión no debía volar, el tiempo estaba contraindicado y el ministro en su papel de canalla, mezcló los cuerpos de unos y otros como si fueran chatarra de la guerra. Siguiendo el viejo adagio medieval, de otra talentosa autoridad religiosa: ya los pondrían en orden cuando llegaran al cielo.

Un escándalo, por utilizar una palabra suave, el del crimen de Estado del YAK-42, allá por el año 2003, cuando nadie le tosía a un ministro de Aznar, y Trillo lo era. El desafuero, tan desmesurado, el desprecio y la arrogancia del patán tan considerable, su manera de despreciar a los muertos tan humillante, que acabó de embajador en Gran Bretaña, la cancillería más solicitada después de Washington, e incluso más; mejor nivel de vida, tranquilidad garantizada, y viejas costumbres tan estimadas por los diplomáticos desde que el Duque de Alba lo fue con Franco. Así se premia a la basura que recoge los restos que va dejando el poder. Ya tenía que ser grave la ofensa para que una quincena de diplomáticos “de la carrera” solicitaran su retiro inmediato.

Y este hombre, ducho letrado y basura política, tiene honor; los muertos mucho menos, y los que escribimos ninguno. Por eso se va. No con la cabeza alta, porque en su caso la lleva singularmente atornillada al cuello y el cuello, robusto, sabe que no hay otra cosa que el poder. Como si estuviéramos en tiempos del Duque de Olivares, como una gárgola soldada al cuerpo. ¿Qué carajo le importan los muertos, sus familiares, la opinión pública, y demás zarandajas? Quien manda, manda. Y ese sabe lo que le debe; hay que evaluar lo pernicioso que es tener un enemigo avieso, rezador, sin dama que le tiente, solo la Gracia Divina, que siempre perdona.

Esta basura política resultó un producto, no sé si espúreo o genuino, de una época donde nosotros mirábamos, la oposición miraba hacia otra parte, los radicales se callaban porque los fallecidos eran militares y ellos aún siguen discutiendo sobre una coleta o una camisa bien planchada.

Y nuestra basurilla, ¿qué será de ella? Después de tantos méritos a los mandos del Estado no sería de extrañar que le pusieran con medallas, con fondo de atambores, y esos collares que, discúlpenme la impertinencia, parecen hechos para colgar más que honrar. En Francia lo hicieron hace siglos, y no tienen ninguna razón para arrepentirse. La basura política por excelencia, Federico Trillo, con toda probabilidad asentará sus reales sobre los mullidos sillones del Consejo de Estado, la máxima sinecura que existe en España. Y bien saben ustedes que hay muchas y bien regadas.

Gregorio Morán
Artículo publicado en  bez Lo que debes ser

 

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