Desclasado

DESCLASADO

Allí está todas las mañanas,
con la cabeza mirando al suelo,
esperando que el semáforo se ponga en rojo
para acercarse con la sonrisa impostada
y un paquete de pañuelos en la mano.

Una melancolía saltando entre sus párpados
golpea la boca de mi estómago.

Igual que todos,
le miro de reojo,
intento pasar inadvertida,
hasta que la luz verde
dé paso al rugir de los vehículos.

El frío es cómplice de la pena
que tirita entre su ropa desvaída;
si hace calor, todo está escrito
en el sudor que gotea
desde la frente hasta el asfalto.

Decir un no indiferente,
subiendo el volumen de la radio,
deseando no ser cómplice de
su mala suerte;
o bajar la ventanilla,
tan sólo un dedo,
para dejar caer
una moneda entre sus manos.

Le preguntaría la causa de su penuria,
si un desamor, un desencuentro,
o la mala fortuna que hizo mella;
pero no me atrevo,
me reprimo,
mis sentimientos no dan derecho
a que la curiosidad perturbe
el puesto social que nos asignan.