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Divididos venceremos

Podemos se ha contraprogramado él solito. Otro éxito de la nueva política. Los morados planearon su congreso haciéndolo coincidir con un concilio Popular que se anticipaba iba a suponer la canonización de Mariano Rajoy a lomos de una exuberancia irracional del marianismo. La idea era visualizar, con contundencia y claridad, las diferencias entre ambas formaciones. Hay que reconocer que, otra cosa puede que no, pero eso podemos darlo por conseguido. Seguro que ya no queda un alma en España que pueda pensar que el PP y Podemos son lo mismo o se parecen en algo.

El cónclave popular fue tan marianista que, para aliviar algo el aburrimiento, tuvimos que entretenernos con la odisea de un puñado de fugitivos renegados quienes, huyendo del reinado de terror “cospedalista” en Castilla-La Mancha, se pasaron el fin de semana dimitiendo entre acusaciones de pucherazo y pidiendo el vídeo de la votación de su enmienda contra la acumulación de cargos como si fuera la moviola en un partido de la Liga.

En Vistalegre II todos estuvieron tan en su papel que les quedó igual que uno de esos culebrones familiares televisivos donde se matan sin piedad en un episodio y se reencuentran en el siguiente entre abrazos y sollozos; y así hasta que la audiencia los cancela.

Pablo Iglesias se presentó como el patriarca decepcionado por un hermano pequeño envidioso y ambicioso, pero aún dispuesto a seguir cargando con el peso de la púrpura entre tanta traición. Íñigo Errejón jugó sus bazas como ese hermano brillante pero siempre opacado por la sombra del primogénito, a quien se ha mantenido fiel hasta que la ceguera de su hermano mayor no le dejó más remedio que dar un paso al frente. Los anticapitalistas han desempeñado un papel indispensable en todo partido de izquierdas que se precie: ellos son los buenos que apelan a la unidad y rechazan tanto enfrentamiento y tanta división porque el enemigo de verdad está fuera, no dentro, compañeros. El mismo papel que quiso jugar Carolina Bescansa, pero llegó tarde.

Iglesias ha tenido que detonar todo su arsenal de recursos para ganar, forzando a muchos a elegir entre él y un proyecto que puede que les convenciese más. Errejón ha ganado aún perdiendo. Sin apenas desgastarse ha puesto fecha de caducidad al liderazgo de Iglesias: las próximas elecciones. Ni uno ni otro han obtenido un resultado que amortice la enorme fatiga infligida a los materiales que construyen Podemos.

Para que no le faltase de nada al PP, Susana Díaz y el PSOE añadían un toque surrealista al intentar también contraprogramar concentrando a militantes y alcaldes, por supuesto también en Madrid, para aplaudir mucho a la presidenta andaluza y escucharle decir, otra vez, que estará donde le diga el partido pero que aún no va a anunciar su candidatura. Como siga amagando y no dando, el día que lo anuncie de verdad no habrá nadie cubriendo el acto para dar la noticia y la mayoría puede tardar semanas en creérselo.

Mariano Rajoy acumula tanto poder que tiene que contrapesarse a sí mismo. El viejo lema de “unidos venceremos” ahora es patrimonio de la derecha. La izquierda, la nueva y la vieja, parece confiar más en la división como el camino más seguro para llegar a la victoria

Antón Losada
Artículo publicado en ElDiario.es

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